domingo, 5 de agosto de 2018

Expectativas v/s Realidad: o el autosabotaje.


Las mejores experiencias de la vida son esos pequeños regalos de tu cerebro que se vuelven realidad. Lo malo es que nadie te cuenta lo que pasa entre el dicho y el hecho: el lado sarcástico de tu cerebro: las expectativas ¿Por qué es así? Básicamente, porque a la mayoría de nosotros nos acompaña una amiga que a veces te hincha los ovarios: La ansiedad.
En otro post les conté sobre los planes que uno hace en la vida, pues con ellos se va entretejiendo, una necesidad de acelerar el reloj, de que todo salga “bien”. Ese espacio entre el hoy y el mañana se vuelve una lucha constante con tu mente que va a una velocidad que hasta Flash envidiaría: imaginando los posibles escenarios ante la concreción de ese plan o proyecto.
Si eres fan de la astrología ruegas a Mía Astral te mande la respuesta que esperas, pides que por nada del mundo Mercurio esté retrógrado y esperas con todo tu corazón que Venus se sienta cómodo en tu carta, porque si no nos vamos al carajo.
Si eres de esas personas perfeccionistas/controladoras planificas con 6 meses de antelación, si es un viaje: revisas el hotel, si quieres visitar los imperdibles de tu destino ves las rutas desde tu hotel al lugar de preferencia no una, sino unas cien veces, lo apuntas en una libretita para estar segura, revisas a diario la página del Banco Central para ver como fluctúa el cambio de moneda, no vaya a ser que tengamos que usar la línea de crédito de la tarjeta. Revisas al menos una vez por semana el estado de tu reserva, solo por nombrar algunos.    
Si a esto le sumamos que tu cabecita muchas veces te hace soñar despierto y dormido sobre lo que puede pasar, no te extrañes que tu dieta se vuelva tilo céntrica, porque tus nervios no dan más. El peligro: Sobrevivir a la experiencia del sueño cumplido, padecerlo en lugar de disfrutarlo y experimentar cada segundo, porque el tiempo no vuelve.
Si llegaste hasta aquí estarás pensando: “Claro, es muy fácil decirlo ¿Cómo se hace eso? No soy ningún Depak Chopra para dar una receta universal, pero espero que estos puntos te sirvan:
1.       Planificar lo justo sin agobiarse: ¿Cómo? Generalmente las cosas llegan por etapas es decir, si viajar es la quinta etapa del proceso antes vienen 4 etapas, planifica cada una según cercanía o prontitud, porque si no te sentirás como el coyote cuando siente el yunque venir.
2.       No le des manija a tu mente por los posibles escenarios que vivirás ya sean malos o buenos en cualquiera de los dos casos no te dejarán disfrutar de la experiencia. Haz algo relacionado con el arte, cualquier expresión artística te ayuda a canalizar emociones. Tranquila, no necesitas ser Dalí, Mozart o Walt Withman. Con que tomes una hoja y pintes o dibujes es suficiente.
3.       Cuando llegue ese hoy que esperas solo vive cada minuto sin esperar nada, disfruta y deja que la vida te sorprenda así, te ahorrarás las tan amargas decepciones.

Es así como la canción favorita  de tu infancia:  Hakuna Matata se vuelve un mantra pero a diferencia de Timón, Pumba y Simba todavía tenemos los pies en el suelo porque sabemos que mientras más avanzas más cerca estás de materializar aquello que alguna vez creíste imposible. 

lunes, 30 de julio de 2018

Lo que hice mientras dormías



No todos lo saben. Es más, creo que es primera vez que lo comparto (y ruego no ser la única para no quedar de loca). En fin... creo que todos hemos experimentado "insomnio". Lo que no estoy tan segura es si todos hacen lo mismo que yo durante esas horas en las que no sabes qué hacer.

Algunas pensarán: "Pues que aproveche de leer o de escribir". No, eso no sucede porque misteriosamente mis pensamientos se van para otro lado. Durante esas horas de "hacer nada", en realidad "hago mucho": Planeo mis Outfit de aquí a la eternindad, hago tableros de Pinterest con ropa que usaré en mi viaje a Buenos Aires. Reviso a cómo está el cambio de dólares y pesos argentinos. Reviso lugares hermosos que quiero visitar. Planeo conversaciones que nunca llevaré a cabo. Veo videos y escucho las más insólitas canciones. Reviso perfiles de IG que me parecen atractivos. Busco ideas de decoración. Planeo remodelar mi habitación... y así hasta que me dan las 7:00 am sin dormir y con un montón de cosas que estoy segura no haré ni compraré.

¿Les ha pasado? Díganme que sí. Porque estos últimos días me hice seguidora de un montón de tiendas de ropa, de decoración, de grupos musicales que en lo cotideano ni siquiera me detendría a escuchar y hasta me aprendí mentalmente un par de coreografías de un instructor de Zumba que sube videos en Youtube.
¡Y me vi hasta la repetición de un par de programas de farándula que durante el día juro que no me interesan!
En fin... resumiendo, mientras ustedes duermen, mi "otro yo" vaga por las redes buscando tutoriales de maquillaje, de cocina, de ejercicios (ja, ja, ja). Y, durante el día, no me maquillo, se me quema la comida y el único ejercicio que hago son dos abdominales: Uno cuando me levanto y otro cuando me acuesto.

¡Que tengan una hermosa semana! 

martes, 24 de julio de 2018

Mejores Amigas






La vida no se trata simplemente de recorrerla como una carretera en un vehículo a toda velocidad. Siempre hay algo que te hace detener y observar los pequeños detalles de esa carretera, el viento, el paisaje o simplemente una sonrisa. ¿Amor? Puede ser… ¿Maternidad? Absolutamente… pero, ¿Qué hay de las mejores amigas a lo largo de nuestra vida? 
Aquellas pequeñas hadas que nos acompañan en cada momento de nuestras vidas, con las que reímos hasta más no poder, aquellas que saben hasta nuestros más oscuros secretos, esas que nos regalan su hombro manos y cabello para llorar, esas cejas juntas que nos llaman la atención cuando nos cuesta entrar en razón, aquellas que nos dicen ¡No! Y también ¡Sí!, con quienes no necesitamos hablar, tan solo necesitamos una mirada, quien no te juzga ni te regaña porque no hablemos todos los días… y lo más importante… que siempre pero siempre están ahí.
¿Podemos tener varias “mejores amigas” a lo largo de nuestra vida?, yo creo que sí, y cada una de ellas, para mí, han formado la persona que soy hoy en día.

Comenzando el camino en mi carretera, cuando iba en primero o segundo básico conocí a quién se ha convertido en mi otra mitad, una amiga incondicional en todo aspecto de nuestra relación, la adolescencia la pasamos como siamesas, nos ilusionamos, lloramos, y nos mega ultra reímos juntas. Pero, de pronto nos cayó la vida encima y a pesar que somos madres, esposas y etc… aún nos vemos y la sigo considerando mi hermana del alma. Incluso nuestros hijos cumplen años el mismo día XD.

Cuando iba por esa carretera, esa nueva y expectante, esa carretera que se comienza cuando sales de casa a vivir tu propia vida, me detuve una vez más encontrándome con una pequeña hada envuelta en papel higiénico disfrazada de momia, (jajajaja) de eso han pasado 15 años, y contando… compartimos experiencias, dolores, y nuevamente muchísimas risas, buena música y anécdotas para escribir un libro. Conocimos juntas el comienzo de una carretera que nos esperaba un poco más maduras. Este año al fin fui testigo (literalmente) de unos de sus más grandes sueños. Y espero sigamos cumpliendo muchos más juntas.

En unos de los giros de esta larga carretera, pasaba por una de esas curvas hermosas, en donde ya había conocido al amor más puro que una mujer puede conocer, como lo es un hijo. En esta carretera me encontraba detenida, organizando mi nueva vida como madre y reencontrándome con mí cuidad, ya que había vuelto a mi nido después de haber volado por casi 9 años sola. Volvía con compañero y bebe abordo. Fue cuando la vida me detuvo una vez más en esta carretera, conociendo a mi nueva hada desde el más puro dolor, encontrándola en uno de sus peores momentos. Sin saberlo me involucré en su vida y ella en la mía, como si nos hubiésemos conocido desde antes, desde hacía tanto antes que ninguna fue consciente y hoy después de casi 10 años sabemos y reconocemos ese lazo tan fuerte que nos unió y que nos une  y unirá.

La carretera me ha llevado por varios caminos, algunos han sido alamedas, otros pequeños pasajes, donde entras y sales rápido, como también he tenido que devolverme cuando he entrado a pasajes sin salida, pero sin importar el rumbo que tome, sé que ahí estarán mis hermanas del alma, para empujarme, sostenerme, o caer conmigo. Así son las amigas, aquellas pequeñas hadas disfrazadas algunas de momias, superhéroes o lo que sea, nos pondrán el hombro, las manos, la sonrisa o nos zamarrearán. Como también siempre estaré ahí para ellas. Siempre estarán las sonrisas, los cariños, la preocupación, la admiración y el amor infinito.

Hoy por hoy recorro una carretera difícil, con poco tiempo para todo lo que me gusta hacer, porque la vida es así, sin embargo, me he detenido y me he encontrado con dos hadas maravillosas, desprendidas de conocimiento, compartiendo sin pedir nada a cambio, escuchando, sosteniendo, apoyando.

En este camino siempre hay personas en la orilla del camino, a quienes vas observando cómo se hacen chiquititas a través del espejo retrovisor, pero que sin duda van dejando huellas, para bien o para mal, pero que debían estar ¿aprender? Quizás…

Las amigas son esa otra parte de nosotras mismas, esa parte que nos hace ser auténticas, esa otra parte que nos hace ser valientes, la amistad nos convierte en guerreras, en monstruos asesinos también cuando nos tocan una de las nuestras… las amigas, esas mejores amigas son las que nos hacen que la vida no sea tan dura.

Para las amigas siempre debe existir un momento para detenernos a observar los detalles de este camino junto a un cafecito y un trozo de torta. O si el tiempo apremia siempre podemos pasar por un abrazo en donde estén. ¡Las adoro! Gracias por habernos reencontrado, para ellas, mis mejores amigas. 

¿Y tú?…. ¿Has ido coleccionando mejores amigas a lo largo de tu carretera?

martes, 10 de julio de 2018

El valor del trabajo


Estoy ante una hoja en blanco, con el cursor esperando a que empiece a teclear. Y ahí estoy, con la mirada perdida, preguntándome, «¿qué diablos escribiré?»…
¿Irónico, no? Siendo una escritora, debería tener el don de la palabra. Pero bueno, no solo soy escritora, también soy el corazón de una pequeña editorial que soñó, durante tres años, en democratizar un poco el proceso de sacar un libro en papel, que el dinero no fuera un impedimento, para permitir que el talento y la ilusión fuera tangible.
Pero los sueños terminan.
Y este terminó, desperté.
Regalé  tres años de trabajo, de conocimientos, de investigación, de gestión, de estudio, de tiempo. Recibí gratitud, experiencia, amigas, reputación y preciosos momentos.
Pero llega un momento en que ya no puedes regalar o cobrar una comisión irrisoria, casi simbólica. Sobre todo, cuando asumen que lo vas a hacer, que este trabajo es fácil y sencillo; y no lo es, nunca lo ha sido. Aunque lo haga mil veces, nunca es fácil.
Y llega un momento en que lo único que recibes son dolores de cabeza, malos ratos y un constante ruido mental que te grita «¿por esto estoy trabajando?, ¿vale la pena quitarle horas a mi familia para esto?». Porque en el estricto rigor es eso, un trabajo.
Hoy saqué el cálculo de cuánto cuesta, en dinero, mi trabajo que, en términos generales consiste en dar servicios editoriales: diseñar una portada, diagramar, inscribirlo en la cámara chilena, gestionar con la imprenta, gestionar un lanzamiento, hacer señaladores, booktrailers, enviar a corrección, asesorar, promover, aconsejar y un largo etcétera…
El resultado final es escalofriante. Hacer un libro en papel con toda la parafernalia posible es prohibitivo, y ni siquiera abarco el tema de distribución a librerías —y eso, es harina de otro costal—. Ahí es cuando entiendo el porqué una editorial tradicional solo le da el 8% o 10% al autor, de otro modo, no es negocio.
Hoy le tomé el real peso de lo que he hecho. Puse en la balanza todo lo que me ha costado, todo lo que he recibido.
Nunca quise que esto fuera un negocio, ¡somos independientes! Nos cuesta sangre sudor y lágrimas estar en esto, y no depender de la varita mágica que nos llevará a una editorial gigante para convertirnos en best seller. Nosotros  tomamos esa misma varita, estudiamos hechicería, practicamos infinidad de veces hasta perfeccionarnos y hacemos magia. Quería que el lector ganara, que el autor ganara, que tuviéramos un producto de calidad profesional, que fuera un dar y recibir desinteresado, que el libro llegara a todos a un precio accesible. Ese era mi sueño, pero, en la cruda realidad hay una delgada línea que no debe traspasarse, pero sucedió… y aprendí, a porrazos, que no todos piensan, sienten, actúan, ni tienen los mismos valores que yo. Y es triste, muy, muy triste, porque me he llegado a cuestionar si seguir en esto o no, y llegué a una conclusión que no quería ver ni asumir. Pero ahí está, gigante, escrita con letras mayúsculas de color rojo y en neón… Y ya no puedo seguir evadiendo la realidad, y decidí.
No saben cuánto lo siento en el alma, pero las reglas cambiaron. Entregaré lo mejor de mí, de eso que no quepa duda, pero primero, valoraré este trabajo, es como debe ser.
Pero, siempre hay un pero, existe un puñado de personas, que merecen que los siga apoyando, por diversas razones. Pero la principal, es que tienen el mismo sueño que yo, y que valoran, de verdad, mi trabajo. Por esas personas valiosas, que aportan, que son valientes e íntegras, he decidido continuar en este camino, para descubrir hasta donde se puede llegar. Porque no quiero que paguen justos por pecadores y porque una parte de mí sigue soñando, a pesar de la realidad.

domingo, 1 de julio de 2018

Perfeccionismo, me arruinas la vida

"Lo más importante, siempre debes tener fe en ti mismo"


“Con tu deber no más estás cumpliendo” esta frase ha salido de la boca de mi papá cada vez que le mostraba una buena nota, alcanzaba un logro o simplemente hacía algo que para mí era muy difícil. En este contexto nace mi permanente afán perfeccionista que a veces me gusta tildar como un mecanismo de compensación, por mi falta de “normalidad”. 
 Pero ¿Por qué quiero ser perfeccionista? Y Freud en este instante se ríe de mí porque la respuesta es: para agradar a los demás y pueda formar parte de su grupo, que patético ¿verdad? Sudas sangre para lograr lo que quieres, y al final cuando lo haces en el fondo sabes que no es por ti que lo haces sino, para lograr que los demás te acepten.
Mientras escribo pienso en las estupideces que he hecho para lograrlo.

1.    Para ser la amiga perfecta: hacía todo lo que me pedían era como un perrito faldero detrás de su dueña. Incluso regalé cosas valiosas para mí a alguien que a fin de cuentas no lo merecía.
2.    Para ser la hija perfecta: ayudaba en casa y luego daba informes detallados de todo lo que hacía solamente para recibir un gracias hija.
3.    Para ser la alumna perfecta: no salía a recreo si no había terminado la tarea de la clase (la mayoría de la gente pensaba, que era por tenacidad) pero no, simplemente era para recibir un refuerzo positivo como el perrito de Pavlov y la campanilla.

Si a eso le sumo el pánico que me producía equivocarse o fallar en algo, todo se transforma en un martini seco de pura culpa coronado por latigazos que me propinaba mentalmente con palabras subrayando lo torpe y poco avezada que era.
Ay, la culpa ese amargo elixir que nos gusta beber cuando hacemos algo más que nos vuelve víctimas de nuestras circunstancias, en lugar de asumir la responsabilidad por nuestros actos y hacernos cargo de las consecuencias,

Es complicado intentar de ser perfeccionista y hacer las cosas solo por el gusto y el placer de hacerlas sin la presión de ser el mejor. Eso le quita un alto porcentaje de presión a tu espalda porque a veces, y seamos sinceros, eres la competencia de Sísifo empujando la piedra por la cuesta, solo que en tu caso prefieres llevarla en tu mochila donde además cargas el mundo, ese que crees debes controlar.

Pero un buen día te cansas de todo lo que haces y decides por fin, que lo importante no es lo que los demás piensen o digan sobre lo que haces, Aquí lo que de verdad importa eres tú. Porque a fin de cuentas la única persona que va a estar contigo hasta el día de tu muerte es la misma que aparece cuando te pones frente al espejo.


Haz lo que quieras dando lo mejor de ti, pero sin olvidar que debes disfrutarlo sin torturarte. Vive sin pensar en nadie más que en ti, buscando la propia satisfacción y el orgullo de la meta lograda. Porque si te equivocas aprendes, si te caes te levantas pero lo más importante es que el mundo no se acabará si fallas, ni nadie dejará de quererte.

lunes, 11 de junio de 2018

REWIND




Cuando tenía once años, me invitaron a mi primera fiesta de grande. De esas que se celebraban después de las ocho de la tarde y terminaban como cenicienta a las doce o un poco antes. Era el cumpleaños del niño que me gustaba en silencio, era el mejor del curso en notas y comportamiento.

Lo conocía desde primero básico si es que no de antes porque no me acuerdo. Él era perfecto para mí,  y para todas las niñas del curso obviamente. Recuerdo haberme puesto un vestido rojo liso hasta la cintura y la falda con tablas hasta las rodillas, usé zapatillas y una chaqueta de jeans, y mi mamá me hizo una media cola de caballo dejando mis rulos sueltos hasta la cintura, y mi chasquilla, era como una ola para surfear (que horror).  Recuerdo que las niñas bailábamos y seguíamos coreografías de Madonna  y comíamos golosinas. Hasta que pasada las nueve de la noche aproximadamente, comenzó a sonar “Endless in Love” de Lionel Richie & Diana Ross.  Un poco anticuada para la época, considerando que esa canción se lanzó el año 81, cuando yo recién había nacido, pero se entendía, ya que los Djs de ese entonces seguramente eran los padres u otros adultos. Todas las niñas nos acumulamos en una pared de la sala y los niños al otro lado, como si fuésemos a atacarnos los unos a los otros. Sin embargo, esperábamos hasta que uno de ellos viniese y nos pidiera bailar, la sensación aún la recuerdo, era una ansiedad extraña, muy emocionante y visceral, y digo “visceral” porque era tanta la tensión que hasta dolía la panza.

Yo, como siempre ocultando mis sentimientos, miraba hacia otro lado para no tener que presenciar cuando el niño que me gustaba sacara a bailar a la niña más linda del cumpleaños.  Cuando de pronto lo vi frente mío.  Ese momento cambió un poco mi vida de niña de cumpleaños a niña caminando hacía la adolescencia, sentí que me pedían subir a una nube y que todo por allá abajo no me importaba. A pesar de que el baile era tocarse apenas con la punta de los dedos el hombro de tu compañero. Pero fue un momento que nunca olvidaré porque me hizo inmensamente feliz.

Luego, cuando cumplí catorce años, fui a una fiesta de verdad, al menos me iban a buscar pasadito las doce de la noche y eso para mí era casi la adultez.  Había un chico que me gustaba, lo conocía desde sexto básico, un chico que con su sonrisa iluminaba todo el recreo, y creo que gracias a él comencé a escribir, le hacía una carta de amor cada día tan solo que nunca se las hice llegar… el tema es que en aquella fiesta me vestí lo mejor que pude, con  una blusa blanca que no me tapaba el ombligo (bendita época) y unos jeans pata de elefante que en esa época eran de lo más. Usaba el cabello melena por lo que me puse un cintillo verde que mi papá decía que me hacía juego con mis ojos… y si lo decía mi papá yo me la creía toda.  

Bailamos miles de lentos y cada vez que se acercaba a mi boca yo salía corriendo como idiota… jamás había besado a nadie antes más que al  espejo, pero eso no contaba como beso, tan solo para practicar jajajaja (quién no lo hizo que no siga leyendo por favor) cada vez que él intentaba besarme yo corría al baño y detrás de mí todas mis amigas… nos encerrábamos y me daban miles de consejo las que ya tenían experiencia en ese arte.  “Abre la boca y cierra los ojos” “Te va a meter la lengua” etc… y mientras más escuchaba más nauseas me daban, y debía tomar agua como diabética.  Después de un rato volví a la sala de baile, que era el living de mi compañero de curso que estaba de cumpleaños.  Y ahí estaba Ricky Martin… (No podía en ningún caso, ser otro) “Eres el amor de mi vida”  Todo en ese momento cobraba sentido, fui directo a sus brazos (en ese tiempo ya éramos capaces de bailar abrazados sin reírnos como idiotas ) bailamos, y sentía su respiración en mi mejilla y su olor a chicle dos en uno de menta. Me acariciaba con su nariz como buscando mis labios, lo cual me estrujaba el estómago, pero anule cada una de las recomendaciones de mis amigas y cerré mis ojos. Y fue ahí cuando sentí sobre mis labios los suyos, apreté tanto mis ojos y no me daba cuenta que también lo hacía con mi boca, y me dice sobre los mismos “si no quieres, no lo hagamos”. Abrí mis ojos y vi los suyos, esos que yo tanto buscaba en los recreos. Y lo tenía ahí en frente mío, queriendo besarme y enseñarme algo que jamás en mi vida olvidaría. Le sonreí y me acerqué a su boca, esa tan linda que sonreía hermoso. Y  volví a esa nube maravillosa, la misma del baile de hacía cuatro años antes, pero esta me llevaba mucho más alto, casi podía tocar las estrellas.  No quería que la canción terminara, no quería volver a tocar el suelo ni  volver a abrir mis ojos jamás, ahí se sentía genial y cuando se separó de mí y abrí mis ojos, me regaló una de esas sonrisas tan lindas que solo él podía regalar.  Se encendieron las luces y cambió la música. Las niñas me alejaron de esos labios queriendo copuchar, pero justo llegó mi papá a buscarme, ya eran las doce treinta de la noche. Esa noche no pude dormir nada, me tocaba los labios con los dedos una y otra vez, y volvía a sentir su beso increíble… y aunque después de eso no ocurrió nada más, fui inmensamente feliz.

Mi primer baile, mi primer beso y todas las primeras veces siguientes fueron hermosas, la sensación de sentirse nerviosa pero ansiosa, esa sensación tan genuina que nos entrega la adolescencia, ese camino mágico que recorremos escalando peldaño a peldaño hasta llegar a la adultez para mí al menos, ha sido genial, incluso los malos ratos. Todos debiésemos recordar nuestro paso por la adolescencia con amor, a tus amigos, los enemigos, las anécdotas, las tristezas, los desengaños, las desilusiones etc...  Las caídas amorosas son lo más terrible a esa edad, las rupturas amorosas nos dañan tanto el corazón que deben ayudarnos a recoger cada pedacito.  Y las amigas… aquellas hermanas del alma que con el tiempo algunas perduran y otras quedan en el pasado. ¿Qué hubiese sido de nuestra adolescencia sin nuestras amigas o amigos? ¿Lo recuerdan verdad?
No tenía muy claro de que tema hablaría esta semana en nuestro querido blog, y mientras trabajaba el día sábado, llegó “Endless in Love” a mis oídos y me reí mucho haciendo un “Rewind” es increíble como la música siempre ha estado en mi vida, y puedo recordar cada momento importante gracias a estas canciones….

No olvidemos nuestra chica adolescente, hagámosle un cariño de vez en cuando trayéndola al presente, recordando… aunque tal vez para algun@s la adolescencia no es un buen recuerdo, reencontrémonos con esos momentos, aquellos que solo nosostr@s sabemos que son especiales, sonriamos,  recordamos lo que fuimos, las tonteras, los chistes, los bailes imbéciles, o quizás esos amores que nos llenaron la vida de luz por unos momentos, los buenos momentos… Gracias a aquella chiquilla introvertida, por momentos enojada con el mundo, por otros, enamorada del mismo, que amaba bailar en secreto y escribir historias de amor que nunca llegaron a destino. Gracias a esa chica soy la mujer de hoy en día, con imperfecciones, chascona y enojona, pero así me quiero, me respeto y me cuido.

lunes, 4 de junio de 2018

Planeándo (me) la vida


Cuando eres una niña te preguntan ¿Qué quieres ser cuando seas grande? Y tú con una sonrisa y ojitos brillantes respondes: veterinaria, doctora, profesora o lo que más te entretenga.
Cuando eres chico, poco esperan de ti y tienes una libertad que no eres capaz de valorar sino hasta con el paso del tiempo. Básicamente, tu vida se divide en 2 mundos en los que te mueves constantemente: casa y colegio. Es aquí donde comienzan los planes acerca de tu futuro y lo que comenzó siendo un sueño de la tierna infancia se transforma en una meta que debes  alcanzar.
Pasas catorce años de tu vida preparándote para dar una prueba que supuestamente te valida como apto para entrar a una institución que te formará para ser un profesional, que en el mejor de los casos será lo que quisiste estudiar. De no ser así tendrás que conformarte con lo que te alcanzó.
Y así ese sueño de vivir solo a los 18 años se diluye, porque el castillo de naipes que construiste o construyeron para ti se va derrumbando carta a carta con un simple soplido.
¿Qué es lo que se espera de mí? Si eres mujer, fácil:

  1. Estudies.
  2. Trabajes.
  3. Conozcas a alguien ( ojalá siguiendo la heteronorma) seas una niña bien con la cual casarse y tengas la capacidad de transformarte en una Jesica Rabitt que satisfaga a su pareja ( un hombre que siempre tiene ganas de sexo.)
  4. Te cases
  5. Tengas hijos y los cries dejando de lado tu trabajo

Ah,  pero eso no es todo cada uno de estos estadios tiene una edad correspondiente para llevarla a cabo; estudiar desde los 4 a los 18  años para luego volver a estudiar de los 19 a los 24 años ( sin reprobar ni una sola asignatura y ojalá graduarte con distinción), Trabajar unos 5 años más, conocer a ese alguien especial y casarte para tener hijos lo más pronto posible porque el reloj biológico no perdona a nadie y si ya pasaste de los 35 sonaste, pasó la vieja.

¿Dónde me preguntaron si quería ser feliz y vivir la vida más que sobrevivirla?

Cuando una sociedad espera que seas un modelo de persona más que un ser humano, el foco está puesto en la competencia como medio para triunfar más que aprender de mis errores y crecer ese hábitat se transforma en el caldo de cultivo para prejuicios, juicios y condenas a todo aquello que no responda a la norma ya sea por opción u obligación.

Al menos yo, soy todo aquello que no debería ser y ya casi a mis 32, sin haber tenido pareja ( donde mis parientes me miran con lástima, pues creen que me quedé para vestir santos, eso en el mejor de los casos, porque  quizás más de uno piensa que soy lesbiana.) haber estudiado algo que me va a garantizar el hambre más que una seguridad económica. Ah, no hablemos de tener hijos porque como conté en el punto anterior no tengo con quien y mi relojito se está pasando.

Hace años la vida me enseñó a no planear mucho las cosas porque me pasé la vida planeando lo que quería hacer, pero el destino me tiró el ego al suelo y me demostró que a veces tienes que caer para volver a la esencia. Hoy aprendí a vivir el día a día, a no tener expectativas porque así no te desilusionas: la vida es como es, no como quieres que sea.
Para el mundo tal vez no soy lo que esperan, pero para mí soy mucho mejor de lo que soñé alguna vez, soy agradecida y feliz de disfrutar la vida, de haber llorado y reído, de haber aprendido y seguir haciéndolo. Porque el día que sepas todas las respuestas viene el universo y te cambia todas las preguntas y ahí sabrás si todo eran quimeras o si puedes volver a construirte con lo que eres y tienes.



“La felicidad aparece cuando olvidas los espacios y vives sin pensar en los tiempos.” Albert Espinosa. 

domingo, 27 de mayo de 2018

Estable dentro de su gravedad



“Estable dentro de su gravedad”. Frase que escuché decir muchas veces a los médicos y matronas del Servicio de Neonatología del Hospital Regional de Antofagasta. Son palabras que todavía resuenan en mi cabeza y que cada vez que las escucho de algún amigo, familiar o en la televisión, se remueve todo mi interior. ¿Por qué?
Soy escritora, mujer y madre de tres hijos. Del último es de quien les hablaré. Un niño prematuro de 21 semanas y 720 g.
Yo había perdido el líquido amniótico y durante dos semanas estuve en reposo absoluto en el hospital para poder sostenerlo más tiempo dentro y aumentar sus posibilidades de vida. Un día más en mi “guatita”, era una semana menos en incubadora. Me colocaron las inyecciones para madurar los pulmones, tomaba remedios seis veces al día y me debía mantener acostada. Solo a ratos podía sentarme en la cama.
Hasta que llegó el día tan temido.
Las contracciones partieron un lunes catorce de agosto en la madrugada. Continuaron alejadas toda la mañana. A las dos de la tarde me hicieron una ecografía, menos mal que no tuve contracciones en ese momento, puesto que yo no quería decir nada; me iba a aguantar el mayor tiempo posible con mi bebé adentro.
Por la tarde, las contracciones continuaron cada vez más seguidas, pero yo no quería. Un día. Solo un día más pedía al cielo. Todavía era demasiado chiquitito y quedaban horas para que la inyección de los pulmones hiciera efecto.
A las siete y media de la tarde, las mamás que compartían pieza conmigo se preocuparon demasiado. Toda la tarde habían querido ir a avisarle a la matrona que yo estaba mal. Sin embargo, yo me negaba, les decía que podía aguantar un poco más. Pero a esa hora las contracciones eran más dolorosas y más seguidas. De hecho, no se terminaba una cuando empezaba la otra. Aun así, yo quería esperar, mis compañeras de sala, no. Fueron a buscar a la matrona. Me llevaron de inmediato a preparto.
―Doctor ―le dijo una de las matronas de allí al obstetra―, la vamos a monitorear primero para ver cómo van las contracciones.
―No hace falta ―le respondió agachándose un poco para mirarme―, es cosa de mirarle la cara. A pabellón altiro.
Era un doctor de edad. Yo me puse a llorar, me tomó la cara y me hizo que lo mirara.
―No te prometo nada, pero con la tecnología de hoy, tu bebé tiene muchas posibilidades de vivir. Tienes que ser fuerte, y llorar solo lo hace sufrir más a él y ya tiene un sufrimiento fetal sin el líquido, así que deja de llorar que tu hijo te necesita. Ya llorarás cuando lo tengas en tu casa, sano y salvo. Por ahora, y mientras esté aquí, te necesita fuerte, tu fortaleza tiene que alcanzar para los dos, ¿ya? ―me explicó con firmeza a la vez que con mucha ternura.
Asentí con la cabeza, me sequé las lágrimas, me tragué el llanto y en silencio le envié fuerzas a mi pequeño.
Nació a las ocho de la noche. No lo vi, se lo llevaron a Neo de inmediato, ya tenían todo listo: incubadora, un pediatra, un neonatólogo, una matrona de prematuros, un cardiólogo, y no sé quién más, pero había mucha gente, con dos hijos anteriores, estaba segura de que eran mucho más personal que el necesario para un parto cesárea. Se ponían de acuerdo, se daban órdenes, se oían las carreras...
Y de pronto, el silencio como un plomo. Parecía un silencio como de muerte.
El doctor, que fue el único que quedó allí, al menos el único que veía, me miró y me sonrió.
―Ya pasó lo peor, ¿viste? Se lo llevaron a Neonatología, más tarde va a venir una matrona a darte un informe. Ahora descansa, tú que puedes, yo tengo que seguir trabajando ―bromeó melodramático y me enseñó la aguja de sutura.
Cerré los ojos y el doctor se puso a tararear una canción muy alegre. Debo haberme dormido porque cuando abrí los ojos, había un joven al lado mío que me miraba muy fijo.
―Hola ―me saludó―, ¿cómo te sientes?
―Con frío ―respondí.
Se dio la vuelta, tomó una manta y me la puso encima, a pesar de que ya tenía una.
―¿Mejor?
―Sí.
―¿Náuseas, dolor de cabeza?
―No. Solo frío y sueño.
No me atreví a preguntar por mi bebé.
―Duerma un rato, está en post operatorio, de ahí la van a llevar a la sala.
―Gracias.
―Yo voy a estar por aquí, por si necesita algo.
―Ya ―respondí apenas y me debo haber dormido.
A la una llegó la matrona a contarme que mi hijo estaba conectado a respirador, que pesó 720 gramos, que nació con muy poco tono muscular, pero que había pasado las primeras horas más críticas.
Estaba estable dentro de su gravedad.
Aquella noche fue la primera vez que escuché esa frase. Para mí, con el tiempo, se convirtió en una frase maldita.
Al día siguiente el doctor me autorizó a ir a verlo. Mi impresión fue mayúscula al verlo ahí, en una caja de vidrio, conectado a un montón de tubos, con sus ojos vendados, su cara tapada casi por completo por un parche curita. Los pañales eran inmensos y eso que eran de prematuro y estaban cortados. Y el tono de su piel... Era un rojo-morado horrible.
―Abra la incubadora ―me indicó una matrona― y meta los brazos para que lo toque, no hay mucho espacio libre, pero al menos para que la sienta.
Mi dedo índice era del tamaño de su bracito. Era impresionante verlo. Cuando sintió mi dedo, sonrió y comenzó a mover las patitas.
A veces se cansaba de luchar 

―¡Mire como se llena de motivos! ―exclamó la matrona―. Háblele, que sepa que usted está aquí.
Le hablé, le canté y el tiempo se me hizo corto para estar con él.
―Es un guerrero ―me dijo la matrona antes de irme―. Saldrá adelante.
De ahí en adelante, cada vez que iba verlo, su diagnóstico era el mismo. Estable dentro de su gravedad, estable dentro de su gravedad, estable dentro de su gravedad.
Lo peor era su significado. Estaba grave. Toda persona grave tiene un riesgo de morir. Estable es que no mejora ni empeora. Está ahí. Se mantiene. No está peor, pero tampoco mejor y, en cualquier momento, una infección, un resfrío... Y se muere.
De hecho, un día llegué y comprendí que estable dentro de su gravedad no era tan malo.
―No está respondiendo al tratamiento ―me dijo la doctora de turno―. Le hemos cambiado cuatro veces el tratamiento y no hay caso. Ayer en la noche llegó el último tratamiento posible desde Estados Unidos, pero tampoco está respondiendo, es como si él no quisiera luchar. Pase un ratito más a verlo y traten de estar en la casa preparados, en cualquier momento los llamaremos.
Esa vez me quebré. Lloré. Se acercó otra doctora y me dijo que tuviera fe, que todavía no se había dicho la última palabra, que ese no era el primer susto que les hacía pasar mi Benjamín, que le gustaba llamar la atención, pero que saldría adelante, que ella estaba segura de eso y que yo también debía estarlo.
Todo un guerrero con su puño empuñado, dispuesto a dar la lucha

Volví a hacer lo mismo que cuando iba a nacer, me tragué el llanto y me fui a la incubadora, ese día estaba particularmente cansado, se le veía sin ganas.
―Hola, mi pequeño, yo sé que estás cansado, aburrido de tanta cosa, mi amor, y si ya no quieres seguir luchando, lo voy a entender, pero afuera están tus hermanitos que te quieren conocer. Yo sé que es difícil y si te quieres rendir... Te amo, mi bebé, te amamos mucho y solo queremos que estés bien.
Me despedí de él y me fui. Aquella noche mi esposo llegó triste, había pasado al hospital, como cada tarde después del trabajo, y el diagnóstico seguía siendo el mismo, no respondía al tratamiento y estaba empeorando por ratos.
En ese momento deseé escuchar el “estable dentro de su gravedad”.
A las cuatro de la mañana sonó el teléfono de la casa. El corazón se me paralizó y la respiración se me congeló. Nos miramos con mi esposo, ninguno de los dos quería contestar, así que pusimos el altavoz.
―Juanito... ―Un borracho se había equivocado de teléfono.
Por un lado, maldije al tipo, por otro, agradecí que no hubiese sido una llamada del hospital.
Al día siguiente, llegué temprano al hospital y mi pequeño no estaba en su sala. Me asusté y pregunté por él. Lo habían pasado a Tratamiento Intermedio. Había salido de UCI. Estaba mejor.
De ahí en adelante, durante un mes, fue un constante deambular entre UCI, TIM. Un día amaneció con una patita amarrada a una mantilla que salía hacia afuera de la incubadora. Había hecho apnea toda la noche, así es que le pusieron la mantilla para tirarle la patita y que reaccionara en tanto la matrona se preparaba para atenderlo. A ratos, solo bastaba tirarle la patita, ese invento lo bautizaron como “Benjapneador”. Sí que le gustaba llamar la atención.
El día que llegué y ya estaba en cuna, fue un momento inolvidable. Entré y lo vi de inmediato. Se veía tan pequeño. Lo tomé en brazos y le di pecho directo de mí. Segunda vez que podía sentirlo así, la primera fue el 19 de septiembre cuando me lo dio la matrona aprovechando que era feriado y no había mucho personal ni médicos por allí.
Unos días después, pude enseñárselo a sus hermanos a través del vidrio de la puerta. Ellos también tuvieron su cuota de sufrimiento, ya que, al no tener familia con quien dejarlos, tenían que irse conmigo al hospital y quedarse en las escaleras esperando las horas que fueran necesarias. Con once y siete años no podía dejarlos solos en la casa, menos cuando el trayecto del hospital a la casa era de más de una hora y del trabajo de mi esposo, casi dos.
El día de alta fue un día especial para nosotros. Los hermanos se pudieron conocer y se amaron de inmediato. Los dos mayores siempre estuvieron al pendiente de su hermano menor y, cuando empezó el bullying en el colegio, fueron ellos los que se dieron cuenta. En segundo básico, cuando nos enteramos del diagnóstico de Trastorno del Espectro Autista, mejor conocido como Asperger, fueron sus hermanos los que entraron a su mundo a buscarlo para traerlo al nuestro. Claro que eso es harina de otro costal, quizás, en otro post, pueda hablar de ello.
Muchas gracias por leer esta experiencia que viví y que quizá también la estés viviendo, o alguien de tu entorno, o la vivieron. Cada experiencia es diferente, pero recuerden, todo pasa por algo y siempre, siempre, siempre, uno debe sacar las mejores enseñanzas y las mejores experiencias, por más dolorosas que sean. La fortaleza que no creí que tenía, la aprendí de esos momentos de angustia.
Ah, y la última cosa antes de despedirme: ahora, después de once años, vine a llorar por mi hijo, cuando escribí esto. Antes no me había sentado a pensar en lo dolorosa y angustiante que fue toda esa etapa.
Un abrazo y recuerden, los prematuros son guerreros, algunos salen adelante, otros se quedan en el camino, pero no es por cobardía, es por cansancio o, porque quizás, este mundo todavía no está preparado para ellos.

Once años después.. 😍

Abrazos y gracias por leer, ojalá comenten sus experiencias 💕

Freya Asgard



viernes, 25 de mayo de 2018

El poder de las palabras (y de las acciones).



Hoy voy a hablar de un tema super relevante, que pasa a diario, pero que no lo tocamos en voz alta hasta que aparece en TV por culpa de una tragedia.
Como hoy, que he cambiado mi tema precisamente por lo sucedido el martes recién pasado. Katy Winter tenía 16 años. Y decidió suicidarse en un baño de Starbucks.
¿Qué lleva a una adolescente a tomar tan terrible decisión?
Todo parece señalar que fue víctima de acoso escolar.
A esa edad estamos en plena revolución hormonal y emocional. Todo nos parece demasiado grande. Demasiado fuerte. Demasiado triste. Nos vemos sobrepasados y no sabemos cómo manejarlo.
Yo también lo viví. Yo también pensé en apagar mi vida. Los domingos a las 9 de la noche para mí eran un calvario porque sabía que al acostarme, al otro día abriría los ojos y tendría que enfrentarme a compañeras a las cuales no les agradaba. Recuerdo que en una oportunidad fingí estar enferma para salir de clases y refugiarme en la enfermería. Lo fingí, pero por alguna razón tenía 40° de fiebre.
Estuve dos semanas sin ir al colegio porque YA no soportaba más. Era más fuerte que yo.
Y de pronto llegó mi ángel. Una profesora que me abrió los ojos. Que me dio todo el apoyo y con la cual pude sentirme a salvo porque me respaldó.
No siempre se da así. No siempre los docentes detectan que algo está pasando entre los alumnos. Y no siempre las víctimas se atreven a contarlo. Por miedo, por vergüenza, por no querer verse más frágiles de lo que ya son.
Por eso me hice docente. Porque no quiero que ningún niño (porque al final el adolescente es un niño en transición) pase por lo que yo pasé.
Creo firmemente en que los agresores también son víctimas y somos los adultos los responsables de guiarlos.

La Valeria de hoy, que mira hacia atrás, sabe perfectamente que todo lo que me hizo daño en el pasado y me llevó a pensar en quitarme la vida, no era tan grave. Podía con ello.
Y, estoy segura de que si Katy hubiese tenido la orientación necesaria... si esas personas que la dañaron supieran el poder que tenían sus palabras y sus acciones... Jamás hubiera pasado lo que pasó. Pero... sucedió.
Las palabras y acciones no solamente afectan a los niños y adolescentes. También ocurre con los adultos.
Nosotros somos el principal ejemplo. Somos expertos en criticar al del lado. En decirle que aquella ropa que usa no le queda bien. Que está muy gordo. Que está muy flaco. Que come de más. Que si sueña muy alto es un loco. Y al final esas personas terminan por hacernos sentir culpable por lo que somos. Por lo que deseamos.
En primer año de Universidad en una clase de Lenguaje Oral y Escrito nos preguntaron qué queríamos ser. Yo contesté: "Quiero ser escritora". Se me rieron en la cara... pero aquí estoy. Con ocho libros a mi haber.
Tenía tanta ilusión que no me di cuenta de las risas hasta que alguien me lo hizo ver. Y no me detuve hasta que lo logré.
Pero... no todos reaccionamos igual. Y tal vez esa risa, a otra persona, le hubiese afectado tanto como para dejar de soñar. Y dejar de sentirse útil. Y elegir acabar con su vida.
Cuidado... porque nuestras palabras y acciones tienen tanto poder como para hacer que otro decida acabar con su vida.

Types of Bullying / OKOK ... ya no mas bullying ... jojojo ... trataré de portarme bien...

lunes, 14 de mayo de 2018

Convivencia









Hoy repasábamos el tiempo que llevamos juntos, las veces que nos enojábamos por quién se levantaba a apagar la tele, o las veces que nos amanecimos jugando Xbox. Y les quiero contar un poco de que va…

Como buena romántica toda mi vida esperé por mi príncipe azul, o rojo me daba igual, pero lo esperaba.  Sentí aquellas mariposas en el estómago más de una vez en mi adolescencia, pero cuando sientes que tienes pirañas hambrientas subiendo por la boca del estómago la cosa es distinta y todo lo que pasa por tu mente es “él” La idiotez del enamoramiento es casi comparable con lo que produce una adicción. En todo momento lo que quieres y piensas es en “él” y si el chico se encuentra igual que tú… más temprano que tarde la necesidad de estar el uno con el otro 24/7 es vital, por lo que la “Convivencia” es  solo cosa de tiempo.

La convivencia es un mundo, hay que ser valiente para embarcarse en un barco sin timón, y que solo te puedes dejas llevar por  la corriente, aprendiendo sobre la marcha de que va la cosa. Claro está, que estas conclusiones somos incapaces de verlas en una primera instancia, por lo que la idea de estar todo el tiempo con el amor de tu vida,  cega cualquier tipo de razonamiento y nos lanzamos sin paracaídas, ni menos colchoneta para amortiguar lo que a todas luces sería un aterrizaje forzoso.
Con el paso del tiempo vamos transformando el enamoramiento por verdadero amor, o de lo que suponemos que es “verdadero amor”. Descubrirnos y conocernos a través de la convivencia es duro, podemos sacar lo mejor de cada uno o lo peor según sea el caso.  En este proceso las “almas gemelas” es solo un mito, ya que ser diferentes es una de las técnicas principales para seguir unidos, ser diferentes nutre y sostiene las relaciones.

Todo esto suena hermoso y amoroso, hasta que llegamos a los dos años de convivencia (incluso antes, pero ese es mi tiempo) que es donde la cosa se pone bélica, y solo por entretención nombraré algunos puntos de conflicto.

·         El baño, ojalá hubiese dos, uno con tina para nosotras.

·         La limpieza, “Más ratito lo limpio” más ratito lo hago, más ratito… y más ratito.

·         Los espacios (principalmente el closet) Si antes se hacía pequeño, ahora que hay que compartirlo ni hablar.

·         El orden en todo tipo de cosas, porque los hombres entran en una casa y pareciera que tras ellos entran 5 enanos desordenándolo todo a su paso. Es lo que más me impacta.

·         La pasta dental tiene vida propia y se esparce por doquier.

·         El shampoo no es jabón ni el jabón es shampoo.

·         Las Toallas siempre, siempre mojadas sobre la cama, los sofás o sillas.

·         Tienen esa maña de tirarse en la cama una vez recién hecha. (eso me enloquece)

·         Pueden tomar desayuno u once, cual sea el caso sin poner la mesa primero, no existen los individuales, ni el mantel, ni las servilletas.

Personalmente me ha costado sudor y lágrimas estos puntos y muchísimos más porque soy una persona demasiado estructurada, que odia el desorden casi rayando la locura.  Pero no vivo sola, y entiendo que el otro no siempre tiene que poner de su parte para colaborar, porque así como yo soy de obsesiva con el orden y la limpieza, el otro es desordenado. Y así sucesivamente, hay que ser tolerantes y ¿por qué no? Cuestionarnos. Observar en introspectiva y sopesar… ¿Vale la pena? Esa respuesta solo la podemos responder nosotras/os desde la experiencia, desde la tolerancia o desde el amor y disposición que tenemos a intentarlo.  

En mi caso personal ¡VALIÓ MUCHO LA PENA! Hace 16 años tomé la decisión de subirme a ese barco, sin timón ni brújula ni nada. Ambos sin saber hacer bien el papel de adultos tomamos la responsabilidad de serlo y aprendimos, a porrazos de vez en cuando, pero aprendimos. Como experiencia puedo contarles que lo principal en una relación es la primera persona, osea “YO”.  Ser una persona completa, consiente y responsable de uno mismo, de lo que dice, lo que hace, lo que hace sentir al otro, ya que dos seres incompletos jamás podrán llamarse “Nosotros”. 

No ser dependiente,  el amor no es una cárcel.

No pensemos por el otro, no hablemos por el otro, ni sintamos por el otro. En el fondo es no “asumir” que sabemos lo que el otro quiere, porque “suponemos” que lo conocemos por el tan solo hecho de amarlo.

La aceptación de cada uno, es libertad. Aceptar que soy como soy me hace libre, y hace libre a mi compañero/a  de querer cambiarme, o modificar mi comportamiento por beneficio propio.

Y finalmente… lo hijos no unen un matrimonio, solo son el fruto de un proyecto de vida.

Lo que quiero decir, es que para vivir con otro/a primero que todo debemos aprender a vivir con nosotros mismos. Nadie nos entrega un manual de convivencia por lo que todo depende del amor que le pongamos al proyecto, y del amor que nos tengamos nosotros/as mismos.

Me encanta vivir con mi amor, me encanta la familia que tenemos, pero también me encanta como somos los dos libres, haciendo lo que nos gusta, respetando nuestros momentos y espacios, me encanta sentirme orgullosa de sus logros como también siento que él lo siente por los míos y celebrarlos. Me encanta vivir con él y nuestro fruto de este proyecto que es nuestro enano. Lo amo mucho, los amo muchísimo,  y me amo también un montón.

Lo quiero conmigo siempre, pero libres <3




lunes, 7 de mayo de 2018

No es solo tristeza


Hoy es 5 de abril, para los que escuchamos grunge no es una fecha cualquiera: un día como hoy Kurt Cobain y Layne Stanley fallecieron. Muchos pensarán ¿Qué esperabas si eran unos drogos de mierda? Esto no es solo droga, no es solamente bilis negra: melancolía

Lo que los llevó a la muerte fue la odiada depresión, una enfermedad que para muchos se reduce a una afección del ánimo que “mágicamente” se soluciona con frases del tono de: Levántate sal y cambia el chip. ¡Cómo si fuera tan fácil! Ojalá todo se solucionara así y los “genios sabelotodo” tuvieran razón, seguro la vida de muchos no sería un infierno.

Para quienes han vivido la depresión ya sea por un familiar o en carne propia, saben que esta enfermedad es más bien un trastorno de la voluntad: una persona depresiva no tiene ganas de nada. Es ahí donde radica el peligro, en ese vacío que se siente: esa sensación de estar gastando oxigeno, de que el mundo estaría mejor sin mí en él.

Este es un monstruo que no te deja, que por más tratamientos que hagas sabes que siempre estará ahí. A la vuelta de la esquina esperando que tropieces para atacar de nuevo: por eso esto es un día a la vez, una batalla diaria que se traduce en una victoria que le resta un día a ese enemigo al acecho.

Alrededor de los trastornos psíquicos hay un montón de mitos y prejuicios que merece la pena desterrar:

  • Como mencioné arriba la depresión no es un trastorno del ánimo: es una patología que afecta a la voluntad y no se mejora con un: “Levanta el ánimo” o “cambia el chip”
  • No basta con tratamientos farmacológicos, se requiere tratamientos integrales que integren a la medicina holística y a la tradicional. 
  • No juzgues, sólo apoya:  Si no entiendes, estudia, pregunta y así serás parte de la mejora y no un obstáculo hacia el éxito del tratamiento.



Son pocos los que asumen que han vivido batallando contra esta enfermedad, quizá por vergüenza, por miedo a que el resto te juzgue. Quienes se atreven a asumir y abanderarse en la lucha contra la depresión no buscan otra cosa que poner en la palestra algo que debiese ser una política de Estado.  Visibilizar las enfermedades psíquicas desmitificarlas también es terapéutico: es mirar desde fuera un proceso interno y ver cuánto se ha avanzado hacia el camino hacia el triunfo.

Hoy aplaudo a los valientes que se vuelven vulnerables mostrando ese rincón oscuro del alma. Los aliento a seguir en la lucha, a no decaer. Porque aunque parezca que están solos no es así. Este infierno se puede atravesar.

Los invito a leer Letters. Una página de facebook que cuenta el transitar de un paciente con trastorno borderline

https://www.facebook.com/auriborderline/?hc_ref=ARRKN_gjBygG1Trg9C5J7kbmbjHGcVJleMnSVYbvoGi4p3kUgrX1Tet8498Fz2rlF3s&fref=nf


" En un agujero, sintiéndome tan pequeño,
 En un agujero perdiendo mi alma, 
Me gustaría volar, pero mis alas me han sido negadas"

"Perseguimos falsas mentiras.
Encaramos el camino del tiempo.
Y todavía lucho.
Y todavía lucho
esta batalla en solitario.
Nadie por quien llorar.
Ningún lugar al que llamar hogar.

Oooh… Oooh…
Oooh… Oooh…

El regalo de ser yo mismo está ultrajado.
Mi privacidad desvelada.
Y todavía descubro.
Y todavía descubro,
repitiéndose en mi cabeza
que si no puedo ser yo mismo,
me sentiré mejor muerto."

lunes, 30 de abril de 2018

¿Seguir sangrando o madurando?


La violencia. Es la primera palabra que se me cruza por la mente; hubiera querido comenzar con algo más positivo, pero debido a que es un tema tan actual, y a la vez que ha estado presente en la memoria colectiva no solo en Chile, sino a nivel mundial, deseo hacer un paréntesis y contar una historia con respecto a esto. Podríamos hablar sobre los diferentes tipos de violencia que existe, pues lo primero que pensamos es que esta solo se genera de forma física, o lo asociamos directamente con ello: golpes, heridas, empujes, cachetadas o patadas, cuando hay una violencia solapada y hasta justificada en la mayoría de los casos, desconociendo que esta puede ser tan perjudicial como la tangible.
Sin embargo, como existe el ocultamiento y el freno de quienes la padecen, ya sea por temor a la sociedad, crítica, falta de credibilidad, o simplemente el juzgamiento por parte del entorno, hay personas que se atreven a dar el primer paso para salir de ella, por más heridas se lleven a cuesta.
Hay una frase del maravilloso Gabriel García Márquez con la cual quisiera empezar a relatar la historia que señala: "Y he llegado a la conclusión de que si las cicatrices enseñan; las caricias también". He ahí el título de este relato.

Las cicatrices enseñan, ¿puede ser?

No siempre, por mucho la cicatriz sea oscura, y cada vez que te la mires te recuerde ese mal momento, pero ¿seremos capaces de mantenerla así? ¿Intacta? ¿O le seguiremos haciendo pequeñas incrustaciones cometiendo o aceptando el mismo error? ¿La herida física puede hacerte tambalear pensando que la cicatriz de tu alma estaba ya curada?

Es difícil porque cada herida es una historia. No obstante, es una cuando esa persona ha tenido relevancia en tu vida, pues si no, solo lo dejaría como un simple moretón que, al pasar de los días, ni el amarillo amoratado tendrá importancia.

Es la cicatriz la que te hace recordar "no lo hagas" "ni se te ocurra". Pero ¿acaso los humanos por más heridas que tengamos solemos tener ese gusto morboso por sufrir? Es como si el dolor estuviera intrínseco en nuestro ADN como una tortura solapada que se presenta como incluso advertencia.

Y, aun así, seguimos. Muchas veces a conciencia.

Y eso era lo que le había pasado a mi vecina.

Decía sentirse libre, ¡al fin! Pero libre gracias a un papel, o ¿a su alma que hacía tanto estaba sangrando?

Como muchas veces le dije: nadie tiene derecho a humillar o utilizar el bajo recurso de tu dolor para sentirse más fuerte. Todo depende de ti.

Pero ella solo decía escudarse en sus hijos.

Pues no parecía así, pues por lógica evitaría a toda costa que mis hijos presenciaran discusiones de alto calibre, y lo más terrible; golpes.

Una mala relación repercute no solo a la pareja, sino a los hijos, familia y en general, hasta en amistades.

Sí, hablar de afuera es fácil, ya que se tiene una lista con principios e incluso con lo que no harías, y de verdad que se puede, sin embargo, se hace cuando has pasado por diversos problemas o tienes la sensibilidad absoluta para tratar de entender y ponerte en el pellejo ajeno, algo que es muy difícil.

Mi vecina tenía todo el armamento necesario para rehacer su vida, pero la dependencia de su entonces exmarido la coartaba. Tenía un buen trabajo, una educación altísima, unos hijos maravillosos, casi la familia perfecta. Solo era que su marido era la piedra del tope que, si bien era cierto, no era un tipo grosero en nuestra presencia -al menos jamás presencié o escuché peleas, pero a puertas cerradas-, parecía ser todo lo contrario.
Era un hombre parco, sin mucha expresión, y para qué decir que se había quedado estancado en el siglo XX dentro de los años cincuenta o tal vez más atrás, con el pensamiento de que la mujer es la que cría y está en los deberes cotidianos de todo hogar, y el hombre es el proveedor y el cual decide ante cualquier situación.

Yo creo que era solo soberbia y de implantar su rol de macho. Ese que gana menos sueldo que la esposa.

Y vaya que eso le dolía. Pues mi vecina me lo había confiado hace mucho. Lo que, para tratar de pasar desapercibida ante su sufrimiento, mostraba su amplia sonrisa pasando a otro tema.

Era casi imaginar la cara de Marcela en una caluga de diario promocionando algún cosmético a lo pin up girl, pues su sonrisa prediseñada para ocultar sus ojos rojos luego de haber llorado horas. Una luz, cámara y acción y todo quedaba olvidado.
Yo miraba a mi amiga, y era una mujer en sus nacientes cuarenta. Una mujer guapa, avasalladora, y eso era lo que me causaba discordancia, ¿por qué tolerar lo que podría haber terminado desde hacía mucho?

¿La sociedad? ¿El qué dirán? o, "es solo una fase".

Oh, sí, una de veinte largos años...

Y sí, me podría haber dicho "es el amor", "lo amo". ¿Puedes amar a alguien que te trata como ciudadana de segunda categoría? Definitivamente, eso no es a lo que yo llamaría amor.

Eran veinte cicatrices. Veinte años viviendo de heridas y paños fríos.

Pero algo había pasado. Marcela había logrado de alguna forma ir borrando esas heridas. Esas que, aunque parezcan marcadas ya no hacen daño, no provocan escozor, sino el ímpetu de salir adelante.

Lo gracioso es que su ex no puso objeción, lo que, por conclusión, el tipo ya tenía compañía.

¿Qué nos hace tomar decisiones buenas o malas en un dos por tres?

¿Es un chispazo divino?

Pero, el punto era que Marcela lo había tenido. Había decidido a cambiar las cicatrices por caricias. No unas de un amante o de alguien que viniera a su rescate, sino, a un cariño propio. Un respeto hacia sí misma.

En conclusión.

Las heridas, las cicatrices te hacen recordar, pero la idea es que esas remembranzas sean de orgullo de que saliste invicta, aunque el sanar haya tenido ciertas consecuencias y dolencias.

Las caricias propias son las principales, pues, ¿cómo entregar amor si no eres cariñosa contigo misma?

Procura curar tu corazón.

Ponle alcohol, agua oxigenada, una crema cicatrizante y deja que la herida se cure gracias al viento que este todo se lo lleva al final.

Cuando sientas que ya no escuece, pasa tu mano sobre ella, di que la amas a pesar de haberte molestado tanto. Haz las paces con ella, pero no te permitas crecer bajo llagas, pues como seres humanos pensamos y podemos evitar dejar rastros. Es solo de confiar un poco más en nuestros instintos.

Gracias por tu tiempo en leerme.
León.

Cuando congelamos el tiempo por amor a otros y nos olvidamos de nuestra propia existencia

A veces sin querer caemos en el juego de las apariencias donde queremos simular una realidad perfecta, inocua e incluso me atrevería a d...