Hoy repasábamos el
tiempo que llevamos juntos, las veces que nos enojábamos por quién se levantaba
a apagar la tele, o las veces que nos amanecimos jugando Xbox. Y les quiero
contar un poco de que va…
Como buena
romántica toda mi vida esperé por mi príncipe azul, o rojo me daba igual, pero
lo esperaba. Sentí aquellas mariposas en
el estómago más de una vez en mi adolescencia, pero cuando sientes que tienes pirañas
hambrientas subiendo por la boca del estómago la cosa es distinta y todo lo que
pasa por tu mente es “él” La idiotez
del enamoramiento es casi comparable con lo que produce una adicción. En todo
momento lo que quieres y piensas es en “él”
y si el chico se encuentra igual que tú… más temprano que tarde la necesidad de
estar el uno con el otro 24/7 es vital, por lo que la “Convivencia” es solo cosa de tiempo.
La convivencia es
un mundo, hay que ser valiente para embarcarse en un barco sin timón, y que
solo te puedes dejas llevar por la
corriente, aprendiendo sobre la marcha de que va la cosa. Claro está, que estas
conclusiones somos incapaces de verlas en una primera instancia, por lo que la
idea de estar todo el tiempo con el amor de tu vida, cega cualquier tipo de razonamiento y nos
lanzamos sin paracaídas, ni menos colchoneta para amortiguar lo que a todas
luces sería un aterrizaje forzoso.
Con el paso del
tiempo vamos transformando el enamoramiento por verdadero amor, o de lo que
suponemos que es “verdadero amor”. Descubrirnos y conocernos a través de la
convivencia es duro, podemos sacar lo mejor de cada uno o lo peor según sea el
caso. En este proceso las “almas gemelas”
es solo un mito, ya que ser diferentes es una de las técnicas principales para
seguir unidos, ser diferentes nutre y sostiene las relaciones.
Todo esto suena
hermoso y amoroso, hasta que llegamos a los dos años de convivencia (incluso
antes, pero ese es mi tiempo) que es donde la cosa se pone bélica, y solo por
entretención nombraré algunos puntos de conflicto.
·
El
baño, ojalá hubiese dos, uno con tina para nosotras.
·
La limpieza,
“Más ratito lo limpio” más ratito lo hago, más ratito… y más ratito.
·
Los
espacios (principalmente el closet) Si antes se hacía pequeño, ahora que hay
que compartirlo ni hablar.
·
El orden
en todo tipo de cosas, porque los hombres entran en una casa y pareciera que
tras ellos entran 5 enanos desordenándolo todo a su paso. Es lo que más me
impacta.
·
La
pasta dental tiene vida propia y se esparce por doquier.
·
El
shampoo no es jabón ni el jabón es shampoo.
·
Las Toallas
siempre, siempre mojadas sobre la cama, los sofás o sillas.
·
Tienen
esa maña de tirarse en la cama una vez recién hecha. (eso me enloquece)
·
Pueden
tomar desayuno u once, cual sea el caso sin poner la mesa primero, no existen
los individuales, ni el mantel, ni las servilletas.
Personalmente me
ha costado sudor y lágrimas estos puntos y muchísimos más porque soy una persona
demasiado estructurada, que odia el desorden casi rayando la locura. Pero no vivo sola, y entiendo que el otro no
siempre tiene que poner de su parte para colaborar, porque así como yo soy de
obsesiva con el orden y la limpieza, el otro es desordenado. Y así sucesivamente,
hay que ser tolerantes y ¿por qué no? Cuestionarnos. Observar en introspectiva
y sopesar… ¿Vale la pena? Esa respuesta solo la podemos responder nosotras/os
desde la experiencia, desde la tolerancia o desde el amor y disposición que
tenemos a intentarlo.
En mi caso
personal ¡VALIÓ MUCHO LA PENA! Hace 16 años tomé la decisión de subirme a ese
barco, sin timón ni brújula ni nada. Ambos sin saber hacer bien el papel de
adultos tomamos la responsabilidad de serlo y aprendimos, a porrazos de vez en
cuando, pero aprendimos. Como experiencia puedo contarles que lo principal en
una relación es la primera persona, osea “YO”. Ser una persona completa, consiente y
responsable de uno mismo, de lo que dice, lo que hace, lo que hace sentir al
otro, ya que dos seres incompletos jamás podrán llamarse “Nosotros”.
No ser
dependiente, el amor no es una cárcel.
No pensemos por
el otro, no hablemos por el otro, ni sintamos por el otro. En el fondo es no “asumir”
que sabemos lo que el otro quiere, porque “suponemos” que lo conocemos por el
tan solo hecho de amarlo.
La aceptación de
cada uno, es libertad. Aceptar que soy como soy me hace libre, y hace libre a
mi compañero/a de querer cambiarme, o
modificar mi comportamiento por beneficio propio.
Y finalmente… lo
hijos no unen un matrimonio, solo son el fruto de un proyecto de vida.
Lo que quiero
decir, es que para vivir con otro/a primero que todo debemos aprender a vivir
con nosotros mismos. Nadie nos entrega un manual de convivencia por lo que todo
depende del amor que le pongamos al proyecto, y del amor que nos tengamos
nosotros/as mismos.
Me encanta vivir
con mi amor, me encanta la familia que tenemos, pero también me encanta como
somos los dos libres, haciendo lo que nos gusta, respetando nuestros momentos y
espacios, me encanta sentirme orgullosa de sus logros como también siento que
él lo siente por los míos y celebrarlos. Me encanta vivir con él y nuestro
fruto de este proyecto que es nuestro enano. Lo amo mucho, los amo muchísimo, y me amo también un montón.
Lo quiero conmigo
siempre, pero libres <3
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