lunes, 16 de abril de 2018

Lo importante es invisible a los ojos.



"Lo importante es invisible a los ojos."

Ese es el postulado que nos dejó El principito. Libro que leí hace mucho, pero que recién hace dos años le tomé el verdadero sentido.
No muchos saben, pero hace dos años exactos me enteré que iba a ser mamá. Lo que nadie me dijo era que tres meses después ese bebé de 17 semanas se iba a dormir para siempre en mi vientre.
Fue un azote de la vida tan duro que no lo asimilé. No sabía si había soñado que estaba embarazada o si desde que me informaron que no tenía latidos estaba dentro de una pesadilla de la cual hasta el día de hoy no puedo despertar.
Pero lo tuve en mis manos, era real, estaba dormido y era tan chiquitito.
Había muerto. Mi niño había muerto y hasta mis pechos lloraron por no poder alimentarlo. Fue duro y fue real.
Desde ese día llevo una bandera: no permitir que una muerte fetal sea un tabú.
Algunos dirán que es para inspirar lástima y otros para canalizar mi pena. Pero la verdad es otra. Los libros me han llevado a tocar las fibras más íntimas de las personas, así que pensé que el paso de mi hijo por mi vida tenía un propósito: Permitirle a otros hablar de aquello que le han enseñado a callar. No nos educan para demostrarnos frágiles, para hablar de la muerte o del dolor. Ni siquiera nos permiten darle un espacio o identidad a quienes no lograron salir vivos del vientre.
Y es que entonces tomó todo el sentido del mundo la frase del principito. Porque no importa el tiempo que estuvo junto a mí, no importa si en el registro civil me dejaron poner su nombre… lo esencial es lo que llevo dentro, es cómo yo, que no soy una exmadre, sigo sintiéndolo mi hijo aunque no lo pueda ver.
Muchas personas después de lo que me ocurrió me escribieron y hablaron de sus experiencias (muy parecidas a la mía) y me dijeron: Jamás lo había hablado.
Y hablarlo es muy sanador, porque le das espacio a tu hijo. Reconoces que existe más allá del cuerpo. Cuando se muere un hijo en el vientre no solo se muere él, sino que también todas las ilusiones y planes que tenías con él.
Desde ese día mis planes se limitan al hoy, muy pocas veces me proyecto y, también, aprendí a caminar más lento.
Aprendí a disfrutar el paisaje, a aceptar la muerte de mi hijo y a hablar de ello también.
Y aprendí a sentir. A vivir cada sentimiento sin bloquearlo. Por ejemplo, el miedo. Miedo a perder, miedo a no proteger lo suficiente. Miedo a volver a pasar por lo mismo.
Lo importante es reconocer lo que sentimos y trabajar en ello. A veces la tristeza o nostalgia invaden, pero también le doy cabida a la alegría, a la felicidad. No me niego una sonrisa ni tampoco una lágrima. Lo importante es sentir y dejar fluir.
Al final, la vida es eso: Armarse y desarmarse constantemente.
Gracias por leerme ❤️

Valeria Cáceres B.

1 comentario:

  1. No hay nada en esta vida que nos quite la escencia de ser madre, incluso si nuestros hijos se van antes de tiempo. Esa huella en nuestro corazón y en nuestro útero es imborrable. Beso amiga ❤

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