Hace ya cuatro meses postulé a un programa de magíster que en ese momento creí me gustaba,entrando así en una vorágine de papeles, requisitos, cartas de recomendación, calificaciones, certificados y mil cosas más. Entusiasmada acepté tomar el riesgo, pues creía que había pasado el tiempo suficiente, además de labrar el camino que me condujese a ese lugar; publicando papers, asistiendo a congresos como ponente para así ganar confianza en mis capacidades como investigadora.
Así en enero de este año apliqué para ganar un cupo como estudiante de posgrado en una universidad prestigiosa en el área en la que trabajo desde hace ya cuatro años.
¿El problema? Los cuatro meses que tardaron en darme una respuesta.
Básicamente mi cabeza era un hervidero: en una primera etapa todo era una nube de ilusión y expectativas en la que me di el tiempo de planear dónde y cómo vivir ( todo esto suponiendo que me admitían el el programa y que además ganaba una beca completa que cubría más allá de mis necesidades), en una segunda etapa comencé a desesperarme, a dejar que la ansiedad me superara dejando el espacio para la duda y los miedos; que cada día alimentaba más gracias a la incertidumbre y al ocio, este estado me mantuvo en inactividad durante todas las vacaciones, por lo que no hacía otra cosa que pensar en los escenarios posibles; los que me llevaban desde el sí hasta el más rotundo de los no.
Todo mi círculo cercano me decía: Suéltalo déjalo ir, ya nada puedes hacer. Yo en mi mente desesperada respondía; díganme cómo carajo se hace eso porque en serio lo intento, pero no me sale. Así fue hasta el penúltimo día, que por cuestiones fr diferencia horaria, me dio los resultados.
Y ahí estaban esas tres palabras LISTA DE ESPERA. En ese momento todo pareció desvanecerse por un segundo mientras intentaba permanecer inmutable, porque el sueño ya no podía convertirse en realidad.
Me sentí decepcionada de mí, de todo el esfuerzo y dije: Listo, ya fue. Tuve que permanecer tranquila hasta salir del lugar en el que me encontraba para poder digerir lo que pasó. Así que aproveché todo el camino de vuelta para analizar lo que pasaba de ahí en adelante, tenía ya bastantes cosas en claro.
Quería salir de mi casa y esa era una oportunidad “perfecta”
No era el programa que me apasionaba, si bien llevo años trabajando en ello. No es algo que me mueva, si era sincera había muchas posibilidades de fracasar si ganaba una vacante, pues los programas eran exigentes y no estaba a un nivel aceptable.
Si bien me dolió la respuesta, supe que no me afectó tanto como creía porque en el fondo sabía que todo este tiempo me había convencido de hacer lo que se supone se espera que haga y no lo que realmente quisiera.
En conclusión, el mundo no se acabó y al instante supe que el año que viene lo volvería a intentar corrigiendo los errores que había cometido en esta ocasión, pero esta vez en el programa que realmente quiero.
Ahora solo queda vivir el proceso; replantearse el camino, planificar y proyectar bien lo que quiero y lo que no, Antes de actuar por las razones equivocadas.
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