Cuando tenía once años, me invitaron a mi primera
fiesta de grande. De esas que se celebraban después de las ocho de la tarde y
terminaban como cenicienta a las doce o un poco antes. Era el cumpleaños del
niño que me gustaba en silencio, era el mejor del curso en notas y
comportamiento.
Lo conocía desde primero básico si es que no de
antes porque no me acuerdo. Él era perfecto para mí, y para todas
las niñas del curso obviamente. Recuerdo haberme puesto un vestido rojo liso
hasta la cintura y la falda con tablas hasta las rodillas, usé zapatillas y una
chaqueta de jeans, y mi mamá me hizo una media cola de caballo dejando mis
rulos sueltos hasta la cintura, y mi chasquilla, era como una ola para surfear
(que horror). Recuerdo que las niñas bailábamos y seguíamos
coreografías de Madonna y comíamos golosinas. Hasta que pasada las
nueve de la noche aproximadamente, comenzó a sonar “Endless in Love” de Lionel
Richie & Diana Ross. Un poco anticuada para la época,
considerando que esa canción se lanzó el año 81, cuando yo recién había nacido,
pero se entendía, ya que los Djs de ese entonces seguramente eran los padres u
otros adultos. Todas las niñas nos acumulamos en una pared de la sala y los
niños al otro lado, como si fuésemos a atacarnos los unos a los otros. Sin
embargo, esperábamos hasta que uno de ellos viniese y nos pidiera bailar, la
sensación aún la recuerdo, era una ansiedad extraña, muy emocionante y
visceral, y digo “visceral” porque era tanta la tensión que hasta dolía la
panza.
Yo, como siempre ocultando mis sentimientos, miraba
hacia otro lado para no tener que presenciar cuando el niño que me gustaba
sacara a bailar a la niña más linda del cumpleaños. Cuando de pronto
lo vi frente mío. Ese momento cambió un poco mi vida de niña de
cumpleaños a niña caminando hacía la adolescencia, sentí que me pedían subir a
una nube y que todo por allá abajo no me importaba. A pesar de que el baile era
tocarse apenas con la punta de los dedos el hombro de tu compañero. Pero fue un
momento que nunca olvidaré porque me hizo inmensamente feliz.
Luego, cuando cumplí catorce años, fui a una fiesta
de verdad, al menos me iban a buscar pasadito las doce de la noche y eso para
mí era casi la adultez. Había un chico que me gustaba, lo conocía
desde sexto básico, un chico que con su sonrisa iluminaba todo el recreo, y
creo que gracias a él comencé a escribir, le hacía una carta de amor cada día tan
solo que nunca se las hice llegar… el tema es que en aquella fiesta me vestí lo
mejor que pude, con una blusa blanca que no me tapaba el ombligo
(bendita época) y unos jeans pata de elefante que en esa época eran de lo más.
Usaba el cabello melena por lo que me puse un cintillo verde que mi papá decía
que me hacía juego con mis ojos… y si lo decía mi papá yo me la creía
toda.
Bailamos miles de lentos y cada vez que se acercaba
a mi boca yo salía corriendo como idiota… jamás había besado a nadie antes más
que al espejo, pero eso no contaba como beso, tan solo para
practicar jajajaja (quién no lo hizo que no siga leyendo por favor) cada vez
que él intentaba besarme yo corría al baño y detrás de mí todas mis amigas… nos
encerrábamos y me daban miles de consejo las que ya tenían experiencia en ese
arte. “Abre la boca y cierra los ojos” “Te va a meter la lengua”
etc… y mientras más escuchaba más nauseas me daban, y debía tomar agua como
diabética. Después de un rato volví a la sala de baile, que era el living
de mi compañero de curso que estaba de cumpleaños. Y ahí estaba
Ricky Martin… (No podía en ningún caso, ser otro) “Eres el amor de mi
vida” Todo en ese momento cobraba sentido, fui directo a sus brazos
(en ese tiempo ya éramos capaces de bailar abrazados sin reírnos como idiotas )
bailamos, y sentía su respiración en mi mejilla y su olor a chicle dos en uno
de menta. Me acariciaba con su nariz como buscando mis labios, lo cual me
estrujaba el estómago, pero anule cada una de las recomendaciones de mis amigas
y cerré mis ojos. Y fue ahí cuando sentí sobre mis labios los suyos, apreté
tanto mis ojos y no me daba cuenta que también lo hacía con mi boca, y me dice
sobre los mismos “si no quieres, no lo hagamos”. Abrí mis ojos y vi los suyos,
esos que yo tanto buscaba en los recreos. Y lo tenía ahí en frente mío,
queriendo besarme y enseñarme algo que jamás en mi vida olvidaría. Le sonreí y
me acerqué a su boca, esa tan linda que sonreía hermoso. Y volví a
esa nube maravillosa, la misma del baile de hacía cuatro años antes, pero esta
me llevaba mucho más alto, casi podía tocar las estrellas. No quería
que la canción terminara, no quería volver a tocar el suelo
ni volver a abrir mis ojos jamás, ahí se sentía genial y cuando se
separó de mí y abrí mis ojos, me regaló una de esas sonrisas tan lindas que
solo él podía regalar. Se encendieron las luces y cambió la música.
Las niñas me alejaron de esos labios queriendo copuchar, pero justo llegó mi
papá a buscarme, ya eran las doce treinta de la noche. Esa noche no pude dormir
nada, me tocaba los labios con los dedos una y otra vez, y volvía a sentir su
beso increíble… y aunque después de eso no ocurrió nada más, fui inmensamente
feliz.
Mi primer baile, mi primer beso y todas las
primeras veces siguientes fueron hermosas, la sensación de sentirse nerviosa
pero ansiosa, esa sensación tan genuina que nos entrega la adolescencia, ese
camino mágico que recorremos escalando peldaño a peldaño hasta llegar a la
adultez para mí al menos, ha sido genial, incluso los malos ratos. Todos
debiésemos recordar nuestro paso por la adolescencia con amor, a tus amigos,
los enemigos, las anécdotas, las tristezas, los desengaños, las desilusiones
etc... Las caídas amorosas son lo más terrible a esa edad, las
rupturas amorosas nos dañan tanto el corazón que deben ayudarnos a recoger cada
pedacito. Y las amigas… aquellas hermanas del alma que con el tiempo
algunas perduran y otras quedan en el pasado. ¿Qué hubiese sido de nuestra
adolescencia sin nuestras amigas o amigos? ¿Lo recuerdan verdad?
No tenía muy claro de que tema hablaría esta semana
en nuestro querido blog, y mientras trabajaba el día sábado, llegó “Endless in
Love” a mis oídos y me reí mucho haciendo un “Rewind” es increíble como la
música siempre ha estado en mi vida, y puedo recordar cada momento importante
gracias a estas canciones….
No olvidemos nuestra chica adolescente, hagámosle
un cariño de vez en cuando trayéndola al presente, recordando… aunque tal vez
para algun@s la adolescencia no es un buen recuerdo, reencontrémonos con esos
momentos, aquellos que solo nosostr@s sabemos que son especiales,
sonriamos, recordamos lo que fuimos, las tonteras, los chistes, los
bailes imbéciles, o quizás esos amores que nos llenaron la vida de luz por unos
momentos, los buenos momentos… Gracias a aquella chiquilla introvertida, por
momentos enojada con el mundo, por otros, enamorada del mismo, que amaba bailar
en secreto y escribir historias de amor que nunca llegaron a destino. Gracias a
esa chica soy la mujer de hoy en día, con imperfecciones, chascona y enojona,
pero así me quiero, me respeto y me cuido.